La vida a coñazos, por Roberto Echeto
06/ 05/ 2013 | Categorías: Lo más reciente, ReseñasEl round del olvido es un libro perfecto para llevarlo a la playa y leerlo mientras permanecemos acostados en una tumbona a la sombra de una palmera con una cervecita en la mano. Su estilo es ágil, las anécdotas que cuenta te atrapan, las reflexiones que trae no es que cambiarán tu vida pero igual vale la pena leerlas; los temas tratados resultan interesantes, los personajes y sus circunstancias son creíbles y hasta entrañables. De ahí que enfrentarse a este libro sea una experiencia placentera; de ahí también que el paso por sus páginas genere -sin necesidad de aspavientos- el deseo de continuar leyéndolo hasta el final.
Y conste que a la playa no se puede ir con todos los libros. Hay unos que no se llevan bien con la arena o con el rumor de las olas, pero éste de Eduardo Liendo, es una compañía perfecta para esos días de solaz en que nos abandonamos a los antojos del ocio.
El round del olvido cuenta las agonías de tres personajes cuyas vidas se encuentran unidas desde la infancia con esos extraños nudos que se forman entre juegos y meriendas compartidas. Cada una toma su rumbo y, en apariencia, se deslinda de las otras hasta que algo -quizás el azar- se encarga de volverlas a unir.
Si tuviésemos que definir un centro en esta obra diríamos que ése es el personaje de Noelia Santana, una bella periodista que viene de una típica familia venezolana constituida por una madre cuya existencia huele a Ministerio, una abuela cascarrabias, un hermano celoso y un padre que, como es de suponerse, destaca por su ausencia. A pesar de semejante cuadro, Noelia brilla desde niña como un sol que se libera de la oscuridad. De hecho: la niñez de Noelia estuvo marcada por la muerte de otro hermano y por el riguroso luto que habría llevado quién sabe hasta cuándo, si no hubiese recibido el amigable reclamo de Olivier para que dejara la severidad y se abriera al mundo, como en efecto hace y continúa haciendo hasta que se transforma en una hermosa mujer de espíritu liberal, capaz de hacerse preguntas sobre sí misma y sobre el mundo.
Uno de los personajes que gravita, cual satélite, alrededor de Noelia es Olivier Alcalá, un muchacho tímido y ensimismado cuya formación lo lleva a desarrollar una sensibilidad que, primero, se expresa a través de la música, y luego a través de un cuestionamiento muy serio al orden político y social en que vive. De ser un artista en ciernes, Olivier Alcalá pasa a ser un guerrillero presto para cambiarse el nombre cuantas veces haga falta para jugar al juego clandestino por el que pasa todo aquél que se dedique a organizar secuestros, atentados, robos y desastres en nombre de una revolución, de esa máquina infernal que, según sus perversos gestores, sirve para redimir a los pobres de sus miserias.
Aparte de Olivier, alrededor de Noelia gira Teodoro Camacho, un joven estigmatizado por el ambiente miserable en que vino al mundo, por la vida dura que le tocó, por no haber conocido a su padre, por haber sido abandonado hasta por su hermano mayor y por vivir en un túnel oscuro junto a Modesta, su madre.
Muy al contrario de lo que sucede con el joven Alcalá, cuya vida familiar tranquila y estimulante termina empujándolo a la subversión, en el caso de Teo la pobreza estimula al muchacho a salir del hueco inmundo lleno de murciélagos en que vive. Para Teo, la existencia es un camino de superación individual que comienza y termina en la fuerza de sus manos, en el orgullo para dar y recibir golpes en la arena de boxeo y así no sólo salirse de túnel, sino sacárselo del pecho.
Uno de los elementos más interesantes de El round del olvido es la visión que cada uno de los personajes tiene sobre sí mismo. Noelia, por ejemplo, se ve como una eficiente reportera que no cree en esa mentira tan extendida entre los periodistas, según la cual ellos son unos héroes que tienen una ética por encima de la ética y bla, bla, bla… Como prueba de ello, Noelia abandona la cobertura de sucesos policiales y centra su oficio en la fuente cultural, enfocándose en esos personajes olvidados por la fortuna y que en algún momento brillaron en los museos, en las tablas o en la televisión. Con ella conversan una gorda amargada que fue una delicada bailarina de ballet clásico, un patético actor de pelo pintado que se regodea viendo las cintas que contienen capítulos de las telenovelas en las que él mismo actuó, y un escritor que no sólo dejó de escribir, sino que se convenció de que ningún esfuerzo vale la pena porque en este país lo mejor que puede hacer un artista es prepararse para que lo olviden.
Sirva este desvío para observar cómo Noelia se mira a sí misma a través de su oficio y de los fracasados que va encontrando en ese camino periodístico que asume como un auténtico deber, no tanto para alcanzar esa estampa heroica que ansían sus colegas, sino para demostrar que los artistas sólo existen cuando se habla de ellos, cuando se les recuerda y se les da importancia a sus obras.
Noelia Santana configura su brillo profesional y su belleza de mujer que trabaja en la calle, que vive en sociedad y que a pulso se compra un carro y un apartamento para ser feliz y continuar el proceso de aprendizaje que ella misma se ha propuesto. Digamos que hasta este punto hemos visto la configuración externa del personaje. Sin embargo, hay momentos fascinantes en los que el narrador nos permite conocer la cara oculta de Noelia, mostrándonos con su propia voz qué piensa acerca de su condición femenina dulce, húmeda, débil y voraz a la vez, como una zorra, que es como ella misma nombra a esa fuerza que palpita y quiere estallar para regalarle al mundo sus dones.
Ese diseño que se da con el personaje de Noelia, se da también con Olivier y con Teo. En el caso del joven guerrillero, la fachada del personaje es la de un sujeto que un día cualquiera se despierta con la creencia de que su sensibilidad artística no sirve para nada puesto que en el mundo hay demasiadas iniquidades y que la mejor forma de combatirlas es con un fusil y no con discursos floridos. Sin embargo, y a pesar de que viaje a Roma, a Praga, a Moscú, a Mérida o a Managua, de que sea un especialista en tácticas de guerrilla urbana y de que haya recibido un balazo en una pierna durante el asalto a un camión blindado, el propio Olivier duda y se pregunta cada cierto tiempo si esa vida que escogió tiene sentido o si la quimera revolucionaria lo llevará a él y a los que desea redimir a alguna parte. Es allí donde este personaje saca a relucir al «cuervo», a esa mirada interna que se burla de su proceder con las armas, con la revolución, con los panfletos incendiarios, con los camaradas de quienes no sabe ni siquiera el nombre. Ni hablar de su vida amorosa, signada, en principio, por una falta de iniciativa que en algún instante de la historia aprovecha la «comandante» para espelucarlo…
Por su parte, Teo Camacho es un personaje que no encubre su lado oscuro; de hecho: uno de sus rasgos más interesantes es que todo él es oscuro, violento, activo, rabioso, y su deseo en la vida es dominar esas fuerzas que lo corroen desde las entrañas para alcanzar una vida que pueda llamarse normal. Por eso es que sólo durante los matchs de boxeo, Teo azuza y suelta al tigre que -según sus propias palabras- vive dentro de él, para que defina a su favor el combate de turno y pueda volver a su casa habiendo subido un peldaño en el camino empinado que se trazó desde niño para no volver jamás al foso infecto de donde salió. Todo en Teo -salvo el amor por su madre- es una pelea consigo mismo, una agonía por superarse, por terminar el bachillerato y comenzar la universidad, por no ser un boxeador de los que le piden la «ención a su apá y a su amá» cuando los periodistas deportivos los entrevistan, por no ser uno de esos ignorantes que se vuelven locos en cuanto tienen unos cuantos billetes en el bolsillo, como es tradición entre los deportistas de este continente, y si no que le pregunten a Sonny León, a Maradona, a Garrincha, a Julio Machado, a Carlos Monzón y a tantos otros infelices que cambiaron la gloria por la depravación.
Teo Camacho es un personaje que se sale del común de las criaturas hechas de palabras que pueblan la literatura venezolana. Su gallardía, amén del instinto que lo lleva a abrirse paso a coñazos (perdonen, pero no hay una mejor palabra para decirlo) en la vida, hacen de él un héroe que se aleja de los pusilánimes tipo Mariano Urquiza, Lorenzo Barquero, Andrés Barazarte, Corcho, Crispín, Perucho Contreras y Pío Miranda, que pueblan muchas páginas de nuestra literatura, llenándola de un psicologismo pastoso que a veces aleja a los lectores en aras -como si eso fuera soplar y hacer botellas- de volver a inventar a Gregorio Samsa *.
A todas éstas, mientras existe un equilibrio entre esas fuerzas que mueven a Noelia, a Olivier y a Teo, las cosas marchan con relativa tranquilidad. Sin embargo, cuando se renueva en la plenitud de la adultez el triángulo amoroso que fue inocente durante la infancia, las cosas comienzan a cambiar según el ritmo que les marca una pulsión irrefrenable. Por un lado, Teo y Noelia se reencuentran y se casan luego de un noviazgo un tanto extraño en el que no hay demasiado ardor amoroso. Por otro, Olivier se encara con su timidez y se lanza al vacío del sexo desenfrenado con la camarada Clara hasta que se separan porque esa entelequia miserable que es «el Partido» en los regímenes comunistas lo envía a formarse en tácticas paramilitares y de propaganda en varios de los países protegidos por la antigua Unión Soviética. Mientras tanto, y apartándose de su rectitud en pos de «no dejar pasar un mango bajito», Teo aprovecha las postrimerías de sus combates boxísticos en el extranjero para echar una cana al aire con Florencia Fuego, una cantaora de flamenco cuyas enaguas le hacen honor al apellido de su dueña. Por si fuera poco, a Olivier lo atrapan en un operativo organizado a partir de una delación y lo encierran en una penitenciaría dedicada sólo a presos políticos. A ese lugar acuden Teo, y Noelia a brindarle todo su apoyo al hermano del alma, al amigo de la infancia ahora en apuros, y todo habría seguido su curso normal, si Olivier junto a sus camaradas no hubiesen fraguado un plan de fuga que incluía la participación de la amiga periodista… Así termina Olivier escondido, sin que Teo lo supiera, en el apartamento de soltera que Noelia conservaba como refugio de su individualidad. Como era de esperarse, la zorra y el cuervo se manifestaron olvidándose de la amistad, del matrimonio, de la fidelidad y de todo lo que congelaba el triángulo sexual y amoroso que venía fraguándose desde la más tierna infancia.
De todo este mejunje de emociones resalta la manera desprejuiciada como reacciona Noelia. Para ella no había nada de qué avergonzarse sobre todo si se toma en cuenta que una de las premisas de la amistad entre Teo y Olivier era que los dos estaban enamorados de Noelia y ella, en su momento, no hizo otra cosa que repartirse entre ambos (¡qué «bello»!). Sin embargo, semejantes acontecimientos no fueron tan bien recibidos por los dos amigos. Cuando todo se descubrió, uno, fue presa de los remordimientos más enconados y el otro comenzó un via crucis, con paso lento pero seguro, hacia el foso de donde había salido.
Cuando Olivier encuentra la derrota mientras promovía su estafa revolucionaria en Nicaragua, Teo pierde a su madre y ve cómo su carrera boxística se le disuelve en las manos.
Al final, Noelia ayuda a Olivier a reecontrarse con la música, su vieja pasión, hasta lograr que el ex guerrillero se convirtiera en un cantautor famoso que viaja por el mundo, cual Silvio Milanés (Pablo y Silvio producen la misma basura), cantando sus canciones.
El round del olvido es una novela escrita con un lenguaje eficiente, directo y ágil. No hay rodeos extraños ni regodeos en la belleza de las palabras, aunque sí un tratamiento que se desborda en cada página y que tiene que ver con el manejo de cierta sensibilidad que se vincula con el estilo melodramático que explotaban los radioteatros de antaño y que hoy explotan las telenovelas. Es posible que ese elemento incomode a ciertos lectores ávidos de novedad estilística, de audacia narrativa y de historias maquilladas para que parezcan novedosas, pero no hay que olvidar que Eduardo Liendo ha escrito una obra que explora (ya lo hizo en Si yo fuera Pedro Infante) algunas pautas que se encuentran en lo más hondo de nuestra cultura popular y que tienen que ver con la posibilidad de ascenso social, con nuestros resentimientos sociales y políticos, con nuestra manera de ver la vida familiar, el sexo, el amor, la educación sentimental… Teo, por ejemplo, nace en la pobreza más absoluta y, a veces, en esos espacios reales, el boxeo es la única oportunidad que tiene un hombre para progresar en la vida y ganarle la carrera al hambre y a la miseria. Por su parte, Olivier es la representación de ese sujeto inconforme que escoge los medios equivocados para tratar de cambiar el mundo (¡cuánto daño ha hecho entre nosotros esa actitud redentora que nadie ha pedido!). Por último, Noelia Santana representa una suerte de reivindicación de la mujer en tanto que ella defiende -más allá de los convencionalismos, más allá de las fidelidades- su opción de concebir el amor y el sexo como asuntos mucho más complejos que como nos los ha vendido la tradición durante siglos. Noelia es una liberación que da rabia, que se hace querer y que ejemplifica muy bien el anhelo de esa mujer contemporánea que aún vive atada a maridos cretinos. Noelia es un símbolo de la mujer de nuestros predios que todavía lucha por su derecho a decir no, a decidir sus placeres y a repartir sus amores.
Por último, hay que apuntar que El round del olvido es la novela venezolana que mejor recrea al boxeo en tanto actividad que se pierde en la noche de los genes humanos, y en tanto a deporte denostado por insípidos pacifistas. Este estupendo esfuerzo literario de Eduardo Liendo recoge la solera del Guillermo Meneses de Campeones y la lleva a un punto de excelencia descriptiva y narrativa muy difícil de superar.
El round del olvido es una estupenda novela que vio la luz en un momento extraño en el que los boxeadores reales no tienen el aura heroica que tuvieron en otras épocas… ¿A dónde se marcharon luminarias como Jack Johnson, Muhammad Ali, Sugar Ray Leonard, Mantequilla Nápoli, Kid Pambelé, Betulio González y Marvin Hagler? ¿Por qué nos dejaron con delincuentes como Mike Tyson o con afeminados -que hasta cantan- como Oscar De la Hoya? Quién sabe. Quizás por todo eso sea tan importante la presencia en nuestra nueva literatura de un héroe como el campeón Teodoro Camacho.
* Mariano Urquiza es uno de los personajes principales de El forastero de Rómulo Gallegos. Lorenzo Barquero aparece en Doña Bárbara, también de don Rómulo. Andrés Barazarte es el personaje principal de País portátil, de Adriano González León. Corcho lidera las acciones en Piedra de mar, de Francisco Massiani. Crispín es el célebre tísico de don Rufino Blanco Fombona en El hombre de hierro. Perucho Contreras es el pobre enyesado que pasa la noche en vela pensando en el ídolo de su juventud en Si yo fuera Pedro Infante, de Eduardo Liendo. Pío Miranda es el embaucador que no tiene fuerzas ni siquiera para continuar pintándole villas y castillas revolucionarias a María Luisa Ancízar en El día que me quieras, de José Ignacio Cabrujas. Podríamos continuar enumerando a los derrotados de la literatura venezolana, pero es mejor dejarlo así por el momento, no vaya a ser que la nota a pie de página sea más larga que el ensayo que nos ocupa. De lo único que podemos estar seguros es de que la literatura de nuestro país (al igual que nuestra realidad) tiene más villanos y fracasados que héroes, y vaya a saber Ud. si ése no es uno de los motivos por los cuales la literatura venezolana no termina de cautivar a un público masivo.
Sobre el libro: El round del olvido, de Eduardo Liendo (Monte Ávila, 2002)
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