Sobre El polvo de los muertos, presentación de Luis Yslas

03/ 11/ 2013 | Categorías: Lo más reciente, Reseñas

el polvo de los muertosVarios motivos hacen que esta presentación sea especial para mí. El primero es que  Norberto es un autor lugar comunista, es decir, parte de una familia editorial que lo aprecia y valora como escritor.
En segundo lugar, me alegra poder presentar su última novela pues considero que Norberto es uno de los narradores venezolanos más disciplinados y singulares de la literatura venezolana. Un autor que se ha hecho de un estilo único dentro de nuestras letras, que podríamos calificar de dark maracucho, o de gótico tropical, asumido además desde una conciencia muy profesional del quehacer literario.

El tercer motivo tiene que ver ya con la novela. Me gustan los libros que son varios libros a la vez.  En el caso de las novelas, aquellas que ofrecen diversas lecturas simultáneas. Así, El polvo de los muertos puede leerse como una novela policial, pero además como un western, o un libro de suspenso, de espionaje y hasta como una meditación en clave de humor negro sobre la muerte, una de las obsesiones que marcan como una huella digital la literatura de Norberto. Que un libro sea muchos libros además, en estos días en que la más duras de las censuras es el precio, resulta una ganancia, una inversión nada desdeñable.

Pero ciertamente, de nada vale que la historia de una novela pueda abordarse desde diversos niveles de lectura si estos son flojos y no se encuentran articulados dentro de un ritmo y una coherencia estética que los aglutine como una obra redonda, efectiva, inolvidable. El polvo de los muertos goza de este atributo, porque es una novela cuya trama se encuentra firmemente hilada, acaso como una mortaja que empieza a tejerse desde las primeras puntadas de la historia.

Hay un cuento de Juan José Arreola que me vino a la memoria mientras leía El polvo de los muertos. Es un cuento de apenas dos líneas, y se titula cuento de horror. Dice así: «La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones». Y no es que la novela sea una historia de amor, aunque por allí hay un personaje que le escribe cientos de cartas a su esposa fallecida. Recordé ese micro relato de Arreola más bien porque los personajes centrales de esta novela no pueden o no quieren abandonar a sus fantasmas queridos. Toda la historia está inmersa en una densa niebla que envuelve las vidas y las muertes de los personajes, los cuales se mueven en una Maracaibo en claroscuro, afantasmada, donde se cruzan espiritistas, fakires, quirománticos, asesinos, románticos, espías y, por supuesto, detectives. Hay también un clima de miedos, de persecuciones, de rencores encendidos, y una necesidad de preservar la memoria de los muertos queridos a través de la venganza, que unas veces se materializa en el crimen y otras en la palabra escrita.

Es una novela sobre el mal, sin duda, pero el mal entendido como un mecanismo de carpintería literaria, tal como lo expresaba Bataille: no el mal que es un abuso de la fuerza a costa de los débiles, sino el que encarna una necesidad de liberación, de libertad.

Pero también es una novela sobre la amistad y el amor. O mejor dicho, sobre el deseo de que los amigos y los amores sean preservados o resucitados por medio de la escritura, ese polvo que insiste en conservar lo que el tiempo insiste en arrebatarnos. Para estos protagonistas, Alexander, Alberto y Benjamín, vivir sólo adquiere sentido mientras pasa por la conciencia de la muerte ajena y propia. La novela, cuya fina ironía la salva del melodrama y la truculencia, ofrece así una mirada que confronta a la muerte, y si al menos no la vence, le resta señorío.

En las páginas finales de la novela, el ruso Alexander Marion Projarov, echado en una silla de playa, lee una novela que un amigo acaba de prestarle. Uno de sus deseos es no aburrirse mientras transcurra su lectura. Estoy seguro de que si la novela que tiene en sus manos fuera El polvo de los muertos, ese deseo se cumpliría, pues este libro brinda uno de esos regalos que un lector siempre agradece, que no lo aburra en ningún momento.

 

Porque el aburrimiento es la peor de las muertes.

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