Luis Barrera Linares: Si los escritores no miran hacia afuera se condenan a la inexistencia

14/ 02/ 2013 | Categorías: Entrevistas, Lo más reciente

por Héctor Torres

En tus cuentos sueles hacer frecuentes retratos de las pugnas y mezquindades del ambiente literario. ¿Consideras eso algo característico de los grupos literarios venezolanos?
Yo creo que eso es propio de la cultura en general, no solamente de la venezolana. Esas inquinas y pequeñas zancadillas que los escritores se van poniendo unos a otros existen en España, en Latinoamérica, en Estados Unidos, en cualquier parte. Lo que pasa en Venezuela es que como somos tan poquitos, se nota más. Como el espacio es tan pequeño y tan limitado, casi nos conocemos todos. Entonces también nos enteramos de todas las cosas que pasan.

Pero en el caso de Venezuela, ¿Cuál será el móvil de esas enemistades, dado que no es el dinero?
Bueno, (ríe) eso sí sería curioso de investigarlo. Es cierto, en Venezuela la literatura aparentemente no produce dinero. Aparentemente, porque hay escritores que si bien no viven de lo que publican, sí viven de la literatura, como es mi caso.
Pero el problema más bien es el encerramiento nuestro, es decir, como tenemos una tradición de habernos encerrado en nuestra propia concha, considerándonos distintos, por alguna razón, del resto de Latinoamérica, nos hemos convertido en una especie de isla. Creo que era Balza que hablaba de una literatura de la Atlántida, una especie de país hundido que no tiene contacto con el resto del mundo literario, que apenas comienza con el siglo XXI a mirar hacia afuera, porque los escritores se están dando cuenta de que si no miran hacia afuera, se condenan a la inexistencia. Entonces, dentro de ese pequeño universo en que nos desenvolvemos, la gente, más que el dinero o más que otra cosa, lo que busca es la «gloria» entre local. Los escritores venezolanos lo que aspiran es a la gloria, pero aspiran ganarse esa gloria a la vuelta de la esquina. A veces sin trabajar demasiado. Hay gente que, es cierto, la ha logrado sin buscarla mucho. Yo creo que esa es la mejor manera de lograr reconocimiento. Pienso en Salvador Garmendia. No sé, yo lo conocí y nunca le sentí esa obsesión que tienen otros escritores a quienes conozco…

¿Será el mismo caso de Francisco Massiani, que escribía sin saberlo una de las novelas más vendidas en Venezuela?
Massiani no le para absolutamente a nada. Liendo estaría en el medio, porque él sí tiene, y con mucha razón, conciencia clara del oficio. Y yo no sé quién vende más, si él o Massiani…

Según Monte Ávila, Piedra de mar es el libro más vendido de esa editorial.
… Ah, claro, porque es un libro. En el caso de Liendo, que tiene varios, es posible que eso le de mayores beneficios económicos, o por lo menos mayor espectro de lectores. En todo caso, creo que, junto a Carlos Noguera, es uno de nuestros grandes novelistas. De hecho, siento que los escritores que vienen de esa época (los sesenta, setenta, incluso de los ochenta), comienzan a verse es ahora. Y como comienzan a destacarse eso los convierte en objetivos de otros que están buscando la gloria sin construirla.

¿A qué se debe que esos autores que vienen trabajando desde los sesenta sea ahora que comiencen a destacar? ¿El autor venezolano comienza ahora a tener más conciencia del oficio?
Yo creo que eso comienza en los ochenta. La conciencia del oficio, del trabajo. Sí, ya la diletancia, por ejemplo, pasa a un lugar secundario, sin que eso implique que sean unos monjes. Pero aquella imagen del escritor barbudo, bohemio, borracho, parrandero y jugador, comienza a borrarse un poco. Yo diría incluso que a partir de los años setenta, cuando comienzan los talleres, la gente comienza a reunirse más en serio, a hablar sobre su propia producción, y eso trajo una especie de disciplina paralela. Aunque yo no sé si es propiamente por eso, o porque los escritores no surgen cuando los lectores los esperan si no cuando les toca el momento de surgir. Yo siento que estos escritores han venido madurando su obra, y creo que eso les va a dar más firmeza para el futuro.
La buena literatura no se pare de un día para otro. Es un proceso de maduración, de ejercicio, de constante escritura, es un permanente embarrarse con el lenguaje, para que con la corta vida de un ser humano se pueda llegar a producir una o dos obras que en el futuro puedan considerarse memorables.

Volviendo a la «gloria literaria», otro tema recurrente en los cuentos tuyos es el del autor fracasado que muere persiguiendo obsesivamente la fama. ¿De qué tamaño es la gloria que puede conseguir un autor en Venezuela, si vivió hacia adentro durante muchísimos años?
La que logra dentro del ámbito estrictamente venezolano es, obviamente, muy pequeña. Es una gloria en miniatura. Además es muy pasajera, porque la tendencia es a olvidarlo inmediatamente después que desaparece físicamente. Yo me preocupo mucho cuando los escritores mueren, porque es el momento de comenzar a mirarlos con la distancia que ayuda a verlo mejor. Pero creo que eso va a cambiar, yo siento que a partir de la entrada del siglo XXI, de la disciplina que están logrando los escritores venezolanos, incluidos los escritores más jóvenes, que se dan cuenta que hay que hacer bastante… ¿cómo decía José Vicente Abreu? ejercicio de nalgas, estar sentado durante muchas horas para macerar, madurar, reflexionar, para leer muchísimo y finalmente producir lo que puede ser una obra, como ya dije, memorable; bueno eso lleva su tiempo prudencial. Pero esa conciencia se está dando en este momento. Yo siento que los jóvenes están tratando de salir de la concha, de ser escritores venezolanos para convertirse en escritores latinoamericanos.

Hay dos factores que podrían estar incidiendo en esto último: la llegada de internet, que permite que nos enteremos de todo cuanto ocurre en el mundo de forma instantánea; y que una España de la Unión Europea, está patrocinando que nuestros autores prueben suerte fuera del país. Pareciera que todas las alcaldías de España tienen un concurso…
(ríe) Eso sí es verdad. Yo llegué a ver en España un mamotreto que tiene como quinientas páginas, donde hay un recuento de todos los concursos literarios que tiene ese país. Es un volumen que puede ser tan grueso como un tomo del diccionario de autores de América Latina.

Pareciera que con un poco de paciencia y perseverancia, es casi seguro ganarse un premio en España.
Yo creo que sí. De hecho, muchos escritores venezolanos se han ganado muchísimos premios. Pero los premios no definen el futuro de un escritor. Los premios ayudan a abrir puertas.

Promocionan…
Nada más. Y promocionan a veces. Porque si tú te ganas un premio de la municipalidad de algún lejano pueblo español, porque todas lo tienen, eso no es muy relevante. Eso es simplemente un estímulo para el escritor. Cuando tú te ganas un premio eso te estimula. Yo no estoy en contra de los premios, lo que sí estoy en contra es de la «concursería permanente». Yo no entiendo cómo escritores venezolanos que ya tienen más de cuarenta, cincuenta años, todavía están concursando a ver si se ganan, por ejemplo, la Bienal de Calabozo. A mí eso me parece una aberración. Uno, como escritor, tiene su tiempo de los concursos. Los concursos son un importante estímulo para el escritor que se está iniciando. Creo que es importante que compita aunque no los gane. Pero pasarse la vida concursando, es tergiversar lo que debe ser la trayectoria seria de un escritor.

¿Qué nivel de importancia deben darle los escritores a la búsqueda de reconocimiento?
El reconocimiento instantáneo me parece que no sirve para nada. Esa cosa de salir en la prensa un día porque te ganaste un premio, y responder cinco o seis preguntas, es algo secundario para la literatura. Como ha pasado, de hecho, con algunos premios del concurso de cuentos de El Nacional, cuyos nombres nadie recuerda absolutamente para nada. Por eso te digo que los concursos no son los que definen la carrera del autor. Una cosa es ganarse un concurso con La mano junto al muro, que se lo gana no porque sea Guillermo Meneses, sino porque es un cuento memorable; y otra cosa es mandar todos los años al concurso de cuentos de El Nacional para ver si la pegas como una lotería en la que participan novecientos cuentos.

A propósito de La mano junto al muro, ¿incide en algo que cesó el experimentalismo con el hecho de que los autores estén más interesados en darse a conocer fuera de nuestras fronteras? ¿Que los autores estén buscando volver a las formas más clásicas del género, ha incidido en que puedan ser más leídos fuera de Venezuela?
Yo creo que no. La literatura pasa por etapas, por ciclos. Y el ciclo del experimentalismo comenzó a cerrarse no sólo en Venezuela, en el mundo entero, a finales de los años setenta, a principios de los años ochenta. Si tú vas a la literatura norteamericana, hay experimentalismo en la década de los setenta, incluso en la época de los sesenta. Si vas a la literatura española, consigues más o menos tendencias similares. Son épocas por las que pasa la literatura. En ese momento el escritor se convirtió en el hecho más importante de ese circuito comunicacional que es la literatura. Entonces sentía que autocomplaciéndose hacía buena literatura. Y eso dio unos resultados, para algunos positivos, para otros negativos, pero están ahí. No significa que todo lo que se hizo en el experimentalismo fuese malo ni negativo. La mano junto al muro es un ejemplo de eso. Por supuesto, es de los años cincuenta. El experimentalismo siempre ha existido, lo que pasa es que tiene auges y caídas. Y lo mismo pasa en el otro plano. El plano que se interesa más, en el caso de la narrativa, por contar historias bien relatadas, por regoderase con el lenguaje pero al mismo tiempo agradar al lector para que se sienta atraído por la anécdota. Ese ciclo comenzó desde finales del siglo pasado. Ser experimentalista en este momento sería convertirse en disidente de la corriente actual de la literatura (insisto, en el mundo).
Pero ¿qué te puedo decir también? Los escritores nuestros, como tenemos muy pocos lectores de metro, de plazas, durante algún tiempo apostaron hacia lo que en publicidad podría llamarse un «target seguro». Y ese target seguro estaba en los liceos, en las escuelas y en las universidades. Allí sabían que iban a conseguir lectores. Estonces la pelea entre algunos escritores se dirigió básicamente a lograr cautivar a ese público que son los lectores forzados de bachillerato, que leen porque el profesor les dice que tienen que leer; o los lectores profesionales, que son los críticos literarios y los profesores que trabajan en las instituciones donde se dan clases de literatura, en las escuelas de Letras, en los posgrados. Y ese es un público que exige muchísimo más de literaturidad de lo que puede exigir un público general. En el caso de Venezuela, eso alimentó muchísimo el experimentalismo, porque se escribía, no para lectores convencionales, sino para lectores especializados que exigían metáforas, dislocación de los tiempos, o que los personajes tuvieran muchísimos nombres pero ninguno al mismo tiempo. Aquí eso se exacerbó.

Se escribía para que todo lo que se daba en clase estuviese presente en el texto.
Por supuesto, porque querían estar presentes donde sabían que con seguridad se leía la literatura, que era en la Academia. Los autores han escrito durante mucho tiempo para la Academia, para complacer a los críticos. Cuando se supone que la Crítica pide algo, los escritores escriben de esa manera.

¿Y esa vuelta a una narrativa más amable para con el lector, en el caso de Venezuela, supondrá más lectores de entre la gente común?
Posiblemente traiga uno que otro más, pero tampoco nos hagamos la idea de que eso va a convertir la literatura nacional en un sistema masivo de interrelación con los lectores. Yo creo que el problema nuestro está en otra parte. Esa otra parte es que las grandes fábricas de lectores están en las escuelas, que es donde pudiera uno lograr que la gente se convierta en lector (la escuela básica, el bachillerato e incluso en la universidad), y como la orientación de lo que se llama la enseñanza de la literatura en esos espacios ha sido tergiversada, porque los profesores básicamente enseñaban y siguen enseñando a los estudiantes, no a leer, a degustar ni a confrontar el texto, sino a analizar y a contar personajes, y a ver cuántas metáforas hay, y a ver cuántos símiles hay; entonces aparte de que la lectura es forzada, porque te obligan a leer justo lo que te imponen los programas, aparte de eso que ya es un hecho a considerar, que puede castrar; no puedes leerlo voluntariamente como un lector para disentir de eso, para creer en eso, para coincidir con eso, sino simplemente para buscar, por ejemplo, cuántas veces el personaje equis mete el pie debajo de la mesa que se cita en la página catorce.

De hecho, en el programa de bachillerato no se lee ningún libro completo, sino veinte fragmentos de veinte novelas distintas.
O lo más grave, se leen resúmenes. Porque eso en el mercado dio origen a los editores de resúmenes de los clásicos de la literatura. Entonces los muchachos simplemente se dedican a leer resúmenes en vez de leer las obras directamente.

¿Y los editores venezolanos están conscientes de que el problema parte del sistema educativo?
Yo creo que los editores en general, tanto públicos como privados, en Venezuela, apuntan muy poco hacia la promoción real de la literatura. Porque un editor español, cuando es editor profesional, sabe que de un libro que edita tiene que hacer una inversión importante para promocionar el libro. El libro es un objeto de mercado, hay que venderlo, hay que ponerlo en circulación. Tener el prurito de que como es «Literatura» eso lo deslastra de la noción de mercado, es una equivocación. Y que un autor venezolano aspire a vender muchos libros, y aspire a convertirse en best-seller, es una cosa muy importante. ¿Por qué razón nosotros no vamos a vender la literatura? Eso no significa que lo logremos, pero no impide tampoco que lo aspiremos. Siempre lo he dicho, ojalá mientras esté vivo algún libro mío pueda convertirse en best-seller. ¿Por qué yo voy a tener prurito de eso?

¿Y qué tan distinto es nuestro modelo educativo con respecto a otros del continente (Argentina, Colombia, México) que sí tienen autores que viven de su obra?
Aunque tampoco creas que son muchos. Posiblemente tienen más que nosotros. Por supuesto, el número superior de lectores que tiene Argentina es también importante. ¿Qué ha incidido allí? Eso habría que estudiarlo bien, porque yo recuerdo que la enseñanza de la lengua y la literatura en Argentina en los años setenta era casi idéntica a la de los liceos venezolanos. Incluso se usaban los mismos libros, que eran de autores argentinos y no venezolanos. Y los que eran de autores venezolanos seguían los mismos lineamientos que tenían aquellos libros argentinos. Lo mismo en México, y en Chile. Hay un fenómeno extraño que tiene que ver con nosotros. Y posiblemente tiene que ver con ese encerramiento que nosotros hemos vivido durante mucho tiempo y con un fenómeno importantísimo que yo he analizado bastante que es el de la negación. Los escritores venezolanos no tenemos sentido colectivo de la literatura. Posiblemente, no lo sé, los mexicanos sí lo tengan, al menos por lo que yo he visto, lo tienen un poco más. Los argentinos también lo tienen y los chilenos también lo tienen. ¿Incidirá eso? Es posible, porque, ¿cómo convencemos a los lectores de que producimos una buena literatura si de manera colectiva la mayoría de los escritores considera que no somos nada?

Es fama esos casos de escritores venezolanos que van a otros países, costeados por el Estado, a hablar mal de la literatura venezolana.
Así es. Y hablan bien única y exclusivamente de aquellos que están sentados entre el público que los está escuchando. Eso lo he vivido yo. (risas) Porque están allí. Si no hay ningún venezolano, el jucio negativo general es impelable.

¿Y ese será un rasgo cultural venezolano o específicamente de los escritores venezolanos?
Es una cosa de la cultura venezolana. Nosotros nos estamos negando desde la primera República. Nosotros nos hemos arrepentido, por ejemplo, de dejar de ser colonia del reino de España. Entonces allí comenzó nuestra negativa, y esa negativa se ha venido prolongando. ¿Cómo enseña un maestro en la escuela a valorar nuestro país, nuestra cultura? Diciendo que no servimos para nada, que somos inútiles, borrachos, parranderos, jugadores, es decir, todo lo hacemos mal. Entonces, si tú desde que tienes conciencia en el preescolar te están diciendo que todo es negativo, que todo es malo, que no servimos para nada, obviamente comienzas a internalizar esas ideas de que realmente no valemos para nada.
Y la tendencia es general. Incluso gente muy culta y muy conocedora y aparentemente muy optimista, siempre tiende a pensar que lo nuestro es peor que todo lo demás del resto del mundo. Pocas gente se dedica a destacar que podemos tener cosas buenas y malas, que tenemos que tratar de mejorar las malas y, por supuesto, de mantener las buenas. No es propio de la literatura, pero en la literatura se ha exacerbado un poco más.

Entre nosotros el chauvinismo es mal visto.
Yo siempre he pensado que si tuviéramos un poquito más de ese rasgo que se le endilga al argentino, a lo mejor estuviéramos un poco mejor. O incluso, como los maracuchos, a los que todo el mundo acusa de regionalistas o pedantes. Porque tienen una tendencia contraria al resto del país, de defenderse como región, como grupo social, a pensar que sí pueden aportar cosas positivas para el desarrollo del país. Entonces, todo el mundo los ve extraños. Los llaman pedantes porque tienen un poquito de lo que debería tener el resto del país.
Ahora esas cosas están cambiando. Lo que pasa es que no es fácil, porque son procesos históricos de siglos para sacarnos de encima la negatividad. Habrá que pasar algo tiempo para que eso cambie. Pero pareciera que comienza a cambiar.

Y hablando de esa persistencia del venezolano de negar su identidad, llama la atención que, siendo el venezolano tan guasón, tan dado a los juegos de palabras, a los retruécanos, al humor, esas características estén bastante ausentes en nuestra literatura. Podría decirse que, al menos en sus primeras generaciones, la literatura venezolana era grave, sombría, en contraposición a lo que somos realmente ¿A qué se debe eso?
Bueno, yo diría que no está totalmente ausente. Hay ciertos rasgos de eso en algunos escritores, pero lo que tú dices es cierto. La literatura en Venezuela parece ser una cosa seria. Esa cosa seria viene desde los comienzos de lo que es la literatura venezolana hasta los momentos. Aquí para ser escritor hay que estar ausente de lo que es el humor. Echar chistes en una novela, jugar con palabras, es visto como negativo. la literatura es demasiado formal. Yo no sé si hay influencias del modernismo, o si se trata de que buena parte de nuestros escritores no han sido escritores profesionales (cuando digo escritores profesionales me refiero a escritores dedicados única y exclusivamente a la literatura; casi todos vienen o venimos de otros espacios diferentes: abogados, ingenieros, médicos, que terminan siendo escritores, y que tienen una concepción rígida de lo que es el lenguaje de la literatura). Es una concepción que ni siquiera diría clásica, porque hay grandes clásicos de la literatura que usan el humor de una manera genial. Siempre pienso por ejemplo que toda la gente que se toma muy en serio a Borges, está equivocada, porque para mí Borges era un gran humorista. Ahora nuestros modelos particulares, los que son los pivotes, los poquitos pivotes que tenemos: Gallegos, Uslar, incluso Meneses, eran rígidos, formales. Tú les ves el rostro a su literatura y es un rostro absolutamente formal.

Y eso que uno de los grandes libros de la lengua española, como lo es el Quijote…
Claro, hay humor desplegado en cada página. Los que se han acercado un poquito al humor, sin darnos cuenta, son relegados. Pienso, por ejemplo, en Pancho Massiani, en Igor Delgado Senior…

Que cuando nombran escritores, usualmente lo ignoran…
Así es. Ah, porque lo que hace son chistes, juegos de palabras. Y resulta que Igor Delgado Senior tiene un manejo del idioma envidiable. Lo mismo pasa con algunas novelas de Eduardo Liendo, que es un escritor de primera línea. Yo he visto el proceso de Eduardo Liendo desde su primera novela hasta ahora, y estoy asombrado por el modo cómo ha venido construyendo una carrera literaria a fuerza de los que sí son de verdad ejercicios narrativos. Si tú ves la última novela de Eduardo Liendo, ves que es una novela con peso propio, que se sienta sola, que puede competir en cualquier espacio de Latinoamérica con cualquier novelista, pero yo no sé qué es lo que pasa. Porque sus libros se venden, en ese espacio que mencionábamos de los lectores adolescentes, de los lectores de bachillerato, pero no logran la permanencia que debería tener una buena obra literaria, cuando es una excelente obra literaria. Yo creo que él lo merece. Lo merecen otros también. A mí me parece que las novelas de Noguera, precisamente, han salido muy espaciadamente porque son novelas muy maduradas. Es un tipo que macera sus trabajos, que no los lanza al público a la primera vuelta, sino que hace un trabajo reposado. Yo creo que es el caso de Eduardo, el caso de Igor Delgado Senior, el mismo caso de Infante, quien desde el año 87, en que ganó el concurso de Fundarte, va por su tercer libro, el cual incluso está inédito todavía.

Tú has dirigido dos importantes antologías del cuento en Venezuela. ¿Has recibido algún tipo de presión, críticas, comentarios solapados, por ausencias de algunos autores en ellas?
De sobra. No solamente solapados. Hay escritores venezolanos que me han reclamado abiertamente «¿cómo se te ocurre que siendo yo el mejor escritor venezolano de este siglo… -(risas), bueno, sería del siglo pasado ¿no?- me hayas excluido de la antología?» Sí, eso me pasó con tres escritores venezolanos. Cuando yo escriba mis memorias mencionaré sus nombres, aunque ellos saben quiénes son, por supuesto, porque me lo han dicho, y ahora no sería prudente que yo te dijera sus nombres, porque son contemporáneos, amigos incluso, quienes me reclamaron eso.

¿Y por qué no estuvieron incluidos?
En un caso, porque el criterio general de la antología era que tuvieran más de un libro publicado, y esta persona que me reclamó tenía apenas uno que estaba saliendo casi en el mismo año. Era muy joven y le dije: «Mira, considero que vas a estar en muchas antologías y tendrás tu chance», pero el criterio era ese.

¿Y ha aparecido?
Ha aparecido en otras posteriores, por supuesto. Incluso apareció en una posterior que yo coordiné en la Universidad Simón Bolívar. Estaba muy chamito en ese momento. En otro caso, fue una dama, que me reclamó delante de testigos,y me dijo: «Cómo se te ocurre que siendo yo la mejor escritora venezolana del siglo XX me hayas excluido de esa antología». En ese caso, los criterios no dependían de mí nada más, sino de las diez o quince personas que constituíamos el equipo, y entonces se decidía por consenso. Si el consenso consideraba que el autor no debería estar, eramos fieles a eso y no aparecía.

Cómo investigador, ¿Cuándo sientes que te encuentras ante un texto de particular valor?
Eso me lo han preguntado muchas veces y a mí me cuesta mucho responderlo, porque no es fácil decir por qué razón uno considera que un texto tiene ante la primera lectura cierto valor para el futuro de la literatura. Pero yo creo que en quienes somos lectores permanentes y consecuentes, pesa mucho la intuición. Yo creo que hay una especie de valoración que uno hace subyacente sin darse cuenta, para descubrir cuándo un texto tiene valores que le puedan posicionar bien en el transcurso de la literatura. Yo no sabría decirte cuáles son esos rasgos, porque eso sería convertirme en profesor analista de literatura. Y eso es una cosa intuitiva, por supuesto una intuición en base a la experiencia, la permanente lectura, el permanente contacto con textos de toda naturaleza, la permanente relación interactiva con el lenguaje en todas sus instancias…

¿Pesan los prejuicios como lector?
Bueno, tus prejuicios yo creo que sí pesan. No todos pensamos que la buena literatura debe tener los mismos rasgos. Por supuesto que tú tienes una manera de valorarla. Una novela muy plana, para algunos autores puede ser muy mala, mientras que para otros puede ser buena. Yo creo que yo estoy en un punto intermedio. La literatura, en el caso particular de la narrativa, no es solamente contar historias. Yo creo que la historia hay que saber contarla para volverla literatura. Hay que tener esa intuición de escritor para saber dónde están las historias.

En el prólogo de «Cuentos en-red-@dos», publicado hace dos años, tú te refieres a la quíntuple relación que existe en el escritor venezolano «lector-autor-crítico-profesor-editor». ¿El hecho de que en Venezuela deban asumir varios de esos roles de forma conjunta incide negativamente en la calidad de lo que se produce?
Yo pienso que sí. Ahora, le he dado vueltas al asunto y pienso que pasa en otros países de Latinoamérica, aunque no tanto como aquí. Nosotros, llevados por la necesidad, nos hemos convertido en «toderos» (ríe). Estar en todas las instancias de la literatura, desde la edición hasta la lectura, pasando por la producción, ser profesor y crítico de literatura. Uno tiene que tener muchísima conciencia de hablante y de lector para saber diferenciar cuándo está desempeñando cada una de esas funciones. Y creo que hay escritores venezolanos que no entienden eso. No se cambian las camisas discursivas (cuando son profesores, cuando son críticos, cuando son creadores, cuando son editores, o cuando son simples lectores). Son posiciones distintas y cuando tú no tienes conciencia de que son camisas diferentes las que debes vestir para cada situación de comunicación en esos casos, puede ser perjudicial para la literatura. ¿por qué? Porque si tú confundes tu labor crítica con tu relación de amistad con un escritor a quien debes editar, por ejemplo, por supuesto que lo vas a publicar. Eso ha pasado mucho, los grupos publican a sus propios ecritores independientemente de la calidad que esos escritores tengan. Eso es perjudicial. Te publico porque tu eres mi amigo, eres de «mi generación» (como suelen decir, porque yo no sé todavía qué es una generación de escritores, nosotros compartimos todos con todos, por lo que eso de generación aquí es un decir), pero como eres de mi grupo, yo quiero apoyarte, yo creo que somos la verga de Triana, entonces te publico. Ah, pero dejo de publicar, o rechazo, a un autor que está escribiendo mal sobre nosotros.

Algunas editoriales alternativas, por ejemplo, no tienen mecanismos muy abiertos de recepción de manuscritos.
Yo creo que ni siquiera tienen grupos de lectores. Los lectores son ellos mismos. Entonces, claro, no tienen esa cosa que tienen las editoriales consolidadas (o no alternativas, como prefiera llamarse) que buscan lectores externos que no tengan que ver nada con el libro que se va a publicar, para conocer su juicio al respecto. De hecho, buscan dos y si difieren, buscan un tercero que permita, de alguna manera, equilibrar los juicios.

Quizá los menguados presupuestos no les permitan…
Por supuesto, y los lectores cobran, porque eso de seguir trabajando gratis para todo el mundo, por lo menos de mi parte… Podría hacerle una pequeña revisión a un amigo, pero ponerme a revisar libros completos de editoriales sin que me paguen, no lo hago, porque puedo utilizar ese tiempo en otra cosa más productiva para mí.
Incluso a mí me invitan a una charla y yo pregunto, y la gente se asombra porque uno pregunte, ¿cuánto me van a pagar? Bueno, y ¿desde cuándo nosotros somos los gratiñán de las profesiones en Venezuela? Todo el mundo asume que a un abogado se le paga, a un plomero se le paga, a un albañil se le paga, ah, pero a un escritor no se le paga. Hay gente que hasta pregunta: «Oye, ¿y los escritores cobran?» (risas)

Y volviendo a los quíntuples roles antes mencionados, ¿cuál de ellos, obviando por supuesto el de lector, asume con más gusto Luis Barrera Linares?
La creación. Ojalá realmente pudiera yo dedicarme única y exclusivamente a eso. Desgraciadamente, la vida familiar, la supervivencia, me obligan a hacer muchas otras cosas, que las he hecho con mucho agrado y con mucho gusto, por supuesto; no me arrepiento para nada. Pero me hubiese gustado dedicarle más tiempo a la creación literaria.

Y hablando de creación literaria, ¿Cuál ha sido el feedback que ha tenido tu último libro «cuentos enredados»?
Muy poco. He tenido algunos juicios de algunos amigos escritores. Hay quienes les gusta un poco ver la trayectoria de lo que he venido haciendo desde los años ochenta, ver los distintos cuentos por los que he pasado y ver ese temario que andaba disperso entre los libros anteriores. Pero «feedback» realmente, he tenido muy poco. No he visto reseñas sino noticias sobre la salida del libro. Tampoco creo que haya circulado demasiado porque es una edición personal.

¿Está en las librerías?
Lo está distribuyendo Comala y Fedeupel. No sé qué ha pasado. No sé cómo se ha movido. No he preguntado, por lo que no he tenido noticias de él.

Y como autor, ¿cuáles consideras que son los elementos ideales para sentirte satisfecho con un cuento?
Eso sí es difícil. Yo no tendría una sola respuesta para esa pregunta. Yo creo que son varias cosas. Algunas veces un cuento lo hace la anécdota. Yo creo que le pasa a uno como lector y como escritor. Uno dice, egocéntricamente, me salió bien. Ahora, le puede pasar a uno como decía Oswaldo Trejo: La noche que lo escribe siente que le salió el mejor cuento del mundo, al otro día se pregunta ¿qué me hizo estar ciego?. Creo que uno debe tener autocrítica para leerse en la distancia (por eso es que es bueno engavetar y revisar con el tiempo), a ver hasta dónde realmente se queda satisfecho con lo que se hace. Algunas veces uno queda satisfecho pero los lectores no. Y algunos te lo dicen, y eso vale también, ya que para eso son los lectores. Es decir, no todo lo que uno hace tiene por qué complacerlos, aunque sean lectores de esos que uno llama incondicionales.

Y en tu rol de investigador ¿has hallado perceptibles evoluciones durante los últimos cuarenta años en la narrativa venezolana?
Si nos referimos a lo que se está haciendo desde los sesenta, setenta para acá, yo pienso que sí. El primer gran avance, es por ejemplo, la profesionalización del escritor venezolano. Hay escritores que se tomaron, desde esos años, la literatura en serio, como forma de vida. Yo creo que en un escritor eso es muy importante. Y por supuesto que ha habido escritores notables a los cuales uno había descuidado en algún momento. Tú vas descubriendo con el tiempo quiénes son los que consideras que son los escritores que más te llegan. Quizá no en cuarenta años sino en mucho más, Pocaterra, para mí es uno de los grandes cuentistas venezolanos, tiene cuentos para la eternidad. De Meneses no habría que decirlo, porque eso lo dice todo el mundo y no sería novedoso. También he descubierto que hay novelistas venezolanos muy publicitados que a mi criterio son mucho mejores cuentistas que novelistas. Pero como el cuento es un género social y culturalmente poco atractivo, la gente no los ha considerado como tales. Entonces los consideran grandes novelistas (dentro de lo que pueden ser grandes en Venezuela), y han negado sus cuentos. Hay muy pocos autores que yo te diga que me parece que son muy buenos en cuentos y en novelas. Caso excepcional el de Salvador Garmendia. Yo creo que Garmendia debería ser el (Rómulo) Gallegos de nuestra época, y estoy asombrado de que después de muerto no se le reconozca tanto.
Menos mal que se les ha ocurrido ahora armar una especie de boom en torno a la obra de Adriano (González León). Porque a él siempre se le criticó la escasez de su escritura (en cuanto a volumen ¿no?). Pareciera que aquí es un pecado ser autor de una sola novela, por ejemplo.

O en todo caso un despilfarro.
Sí, se piensa que se perdió toda la propaganda que se le hizo, toda la promoción, todos los palos que se echó, qué sé yo todo lo que se perdió (risas). En cambio de Rulfo nadie piensa eso en México. Como somos autodestructivos, buscamos por dónde flaquea el escritor y por ahí lo atacamos. Insisto, menos mal que lo están rescatando.

Quizá ocurra que los pilares referenciales para el público en Venezuela (Uslar, Gallegos) fueron autores muy prolíficos.
Es posible que eso ocurra. Y ahora que nombras a Uslar, por ejemplo, para mí, es un pésimo novelista y un magnífico cuentista. Y él está reconocido hasta con el premio Rómulo Gallegos de Novela. Uslar es uno de los grandes cuentistas venezolanos de todas las épocas, pero como cuentista no se ha destacado realmente. Lo contrario ocurre con Gallegos, que sí era un buen novelista. Yo me asombro cuando los llamados parricidas critican a Gallegos. Uno abre sólo la primera página de Doña Bárbara y se da cuenta de que está frente a un escritor. O de Canaima. Allí se intuye que se está ante un escritor. Todavía Venezuela se conoce afuera… Uslar decía que por él también, pero cuando uno ha estudiado afuera y ha estado afuera sabe bien quiénes son los que figuran realmente, como nombres, ni siquiera como lectura, y en el panorama de la literatura venezolana el gran nombre sigue siendo Gallegos, y en algún momento me asombré que como cuentista fuera, por ejemplo, Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, quizá por su participación fuerte en el modernismo, para defender la cosa local. Claro, actualmente eso también ha cambiado, porque ahora, depende de cada país, hay escritores que son conocidos por su trabajo. Es el caso de Ednodio Quintero, que tiene un espacio ganado en la literatura mexicana. Denzil Romero (quien lamentablemente, murió muy joven) ganó cierto impacto en algunos países latinoamericanos, en Colombia, en Argentina, en Ecuador, donde fue incluso retado a duelo por La adorable loca. Viendo el movimiento en Latinoamerica en esos momentos uno sabe que Denzil impactó, no tanto en España, pero sí por ejemplo en Cuba con el Casa de las Américas. Ana Teresa (Torres) también ha tenido cierta relevancia afuera, incluso en lenguas distintas al español. Una literatura no se construye de la noche a la mañana y perdimos tanto tiempo peleando entre nosotros que ahora tenemos que esperar prudente y pacientemente que eso se construya, pero yo creo que sí ha empezado a cambiar. Y la presencia de las mujeres también ha cambiado el mundo de la literatura, no sé si para bien o para mal, no importa, no quiero evaluar eso, no creo en literatura femenina porque creo que la literatura no es ni femenina ni masculina ni es intermedia (porque ahora se habla de literatura gay), pero sí creo que la presencia del discurso de las mujeres, del discurso femenino, de alguna manera ha traido, o por lo menos va a traer en el futuro, un cambio de rumbo en la literatura. Pero no lo voy a valorar ahora, pero de que ha habido un cambio ha habido un cambio.

Para concluir, luego de haber hecho dos antologías que son referencias nacionales, recibirás mucho material narrativo de todos los rincones del país ¿Qué has leído últimamente que te haya impresionado, que no pertenezca a autores tan conocidos?
¿Poco conocidos?… Lo más reciente que tengo es lectura de textos inéditos, a través del concurso de autores inéditos de Monte Ávila. Creo que los premiados son autores muy importantes, que están empezando, que tienen una carrera por delante, pero que tienen un futuro en la narrativa venezolana, porque en la escritura se ve trabajo y se ve oficio. También ha habido, por supuesto, textos detestables desde todo punto de vista, muy mal elaborados, como lanzados a una lotería. Los autores del penúltimo concurso de narrativa, donde yo fui jurado, me impactaron muchísimo. Lo que pasa es que los tengo tan frescos, incluso en manuscritos, que no recuerdo los nombres, pero sí hay chamos muy jóvenes que están escribiendo y están asumiendo la literatura en serio. Algunos de los menos jóvenes, que ya son cuarentones, que se siguen considerando escritores novísimos, me da la impresión de que se han quedado en el aparato. Yo no sé qué pasa, los escritores arrancan con un gran vuelo, toman los espacios mediáticos, y de repente como que se achantan. Aunque creo que ese achante no es malo, porque me parece que están reflexionando, que están escribiendo más pausadamente…

¿Citarías algún o algunos nombres?
¿De esos? Varios. Slavko Zupcic creo que cada vez está escribiendo mejor, aunque es muy sensible a la crítica adversa. Juan Carlos Méndez Guédez creo que se está proyectando bastante bien, que también es un poco reacio a la crítica, porque los escritores venezolanos solemos ser reacios a la crítica si no es buena. Si la crítica intenta ser «crítica» y objetiva, y destacar aciertos pero también defectos, entonces los escritores se ponen furiosos. Creo que Juan Carlos ha venido poco a poco haciendo su propia labor de escritor desde afuera, pero se ve que en su lenguaje es un escritor venezolano a plenitud. Incluso en su última novela Tarde con campanas se siente el lenguaje venezolano por todas partes, y me parece muy bueno que no lo haya perdido. Hay otros que siguen sin convencerme, como Juan Carlos Chirinos. Creo que su segundo libro «Homero haciendo zapping» mejora muchísimo la factura del primero. Me parece que es un escritor que tiene muchas posibilidades pero que todavía le falta, que no es suficiente Homero haciendo zapping. También destaco la carrera silenciosa que está haciendo este muchacho que se fue a la Gran Sabana: Ricardo Azuaje. Su penúltima novela, La expulsión del paraíso, me pareció fabulosa. Por supuesto, viene consolidándose gente como Ángel Gustavo Infante, que ya no es un escritor joven y nuevo, es un escritor simplemente, que está haciendo su trabajo. También está este otro recientemente publicado: Ricardo Waale, con Memorias de la Laguna. Y, por supuesto, el libro de Oscar Marcano, que ganó el premio, primero en la contraloría, y luego el Jorge Luis Borges: Sólo quiero que amanezca, se llamó en la publicación de Seix Barral, pero a mí me gustaba más el primero: Lo que Francoise Villon no dijo cuando bebía. Ese es un excelente libro de un escritor que viene desde los setenta con Cuartel de invierno. Silenciosamente construyó un texto formidable. Entre los novísimos tendría que hacer memoria con los textos que me han impresionado, pero los tengo tan frescos que no recuerdo mucho.

¿Está en un buen momento nuestra literatura?
Yo no diría que es el mejor.

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