Notas a partir de The Night, por Héctor Torres

22/ 07/ 2016 | Categorías: Lo más reciente, Reseñas

thenightNuestra realidad cotidiana es tan abrumadora que, intoxicada de ella como estamos, no siempre logramos verla a la distancia ideal que nos permita asimilarla. Digerido dentro de los terrenos de una desquiciada “normalidad”, nuestro entorno proporciona suficientes insumos para mostrar lo retorcida que se puede volver la vida cuando se condimenta con una descontrolada mezcla de poder, ambición, impunidad y crimen. Pero son tan abundantes estos insumos, que el reto estaría en saber escogerlos y ordenarlos a fin de contar una historia que, como sabiamente sugiriera Julio Ramón Ribeyro, haga pasar por real lo inventado y por inventado lo real, lo que equivale a decir, que se pueda convertir en literatura.

Nuestra realidad cotidiana termina siendo, más bien, locura cotidiana. Y los locos “son un exceso en la carga de sentido que tolera el mundo”, según comenta Miguel Ardiles, uno de los tres personajes, junto a Matías Rye y Pedro Álamo, de The Night, primera novela de Rodrigo Blanco Calderón, publicada este año casi simultáneamente en español y en francés, y que puede conseguirse en Venezuela en una muy bien cuidada edición de la Editorial Madera Fina.

No es arbitrario que los personajes que sostienen la trama sean un psiquiatra, un escritor y un publicista obsesionado con los juegos de palabras. Locura, literatura y obsesiones con el lenguaje son las claves para contar el país que muestra Blanco Calderón en The Night, a través de un collage de casos icónicos que devienen en una vitrina de nuestras patologías. Estos personajes van ofreciendo aportes que sirven de excusas para contar, valiéndose de un registro y un tono cercanos a la crónica, las historias que se desarrollan a lo largo del libro. Pero no sólo de nuestra locura sórdida: al centro de esas capas que vamos atravesando en la trama, nos encontramos con la maravillosa historia que tiene por protagonistas a Darío Lancini y a Antonieta Madrid, pero también al (anhelo del) poder ordenador de la palabra en medio del caos y el vacío de la existencia. Las palabras y sus posibilidades (anagramas y palíndromos) como claves de un orden que expliquen este desconcierto de todos los días, reveladas por un duende ausente y extravagante, que es el Lancini de The Night, tan realidad y ficción como todos los elementos de la novela.

The Night cuenta un momento del país como si fuese, a un mismo tiempo, historia inmediata y lejana. Es una novela sólida, tramada de atrás hacia adelante, que ostenta pericia en la composición y paciencia en la puesta en escena, a fin de lograr la necesaria unicidad que sostenga esa ensalada de historias de las que se alimenta.

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thenight GallimardEl que había leído los libros de cuentos de Blanco Calderón, podía ver que se dirigía, poco a poco, hacia los linderos de la novela. El que, habiendo leído sus libros de cuentos, leyó The Night, no se extraña de que esa haya sido la novela que terminó por presentar a sus lectores. En ella están presentes las obsesiones, los ambientes, las influencias, los temas e, incluso, hasta algunas de las historias que ya había trabajado a lo largo de su obra, y que ha venido masticando como el que da vueltas a una revelación que no termina de manifestarse, dejándonos la sensación de un mecanismo en un laborioso proceso de articulación.

En las historias de The Night flota una sensación de líneas bosquejadas entre brumas, atravesando las imprecisas sombras de la noche, como una forma de potenciar el carácter de ensoñación, de sueño dirigido, que tiene la literatura. Un juego en el que se deja al lector dibujar los puntos borrosos, como quien remarca las líneas en una fotocopia desvaída.

La obra de Blanco Calderón ha navegado, desde sus inicios, en la metaficción, que es esa narrativa autorreferencial enfocada en los mecanismos propios de la ficción. En The Night, esta búsqueda llega al hueso cuando uno de sus personajes afirma que “al cambiar una sola letra de nuestra escritura se modifica por entero nuestro destino”. La literatura, como representación de esa vida a la que intenta dar forma, ensaya todas las variaciones posibles de unas pocas líneas, como un juego de anagramas y palíndromos, proponiendo una forma de locura que nos salve de la locura de la vida.

Ese incesante juego de interpolaciones (que, paradójicamente, alimenta al caos tras la búsqueda de un patrón que lo vuelva comprensible) conforma la historia del Hombre. Por fortuna, como en el Tetris, esa máquina forjadora de historias busca obsesivamente completar cada línea para, en cuanto lo hace, quedar consumida por la oscuridad, por los sueños, por el olvido que la irá borrando para aligerar “el exceso de carga de sentido que tolera el mundo”.

Locura, literatura y obsesión con el lenguaje. A partir de estos elementos y de una época de apagones (oscuridad), Blanco Calderón encontró las formas con las cuales contar su versión de la novela negra que es la Venezuela de estos días. Unas formas que ha estado cocinando, quizá sin proponérselo, desde sus primeros libros de cuentos.

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