Rafael Bolívar Coronado: Trampa y literatura, por Carlos Yusti

03/ 01/ 2013 | Categorías: Opinión

La suerte del Alma llanera ha sido cambiante como el sempiterno autor de su letra: Rafael Bolívar Coronado. La canción que forma parte de una zarzuela se convirtió en el segundo himno. Interpretada a lo largo de Latinoamérica hasta la saciedad. En nuestro país se le utilizó como conclusión abrupta de cualquier fiesta; era la manera elegante de mostrarles la puerta a los invitados. El destino de su autor también ha sido caprichoso.

Rafael Bolívar Coronado fue un escritor con un innegable talento, pero su vida ladeada hacia el desparpajo y la engaño lo ha fichado para la posteridad como un autor de segunda mano que utilizó alrededor de seiscientos nombres diferentes para firmar sus escritos. Fue un indiscutible truhán que sin escrúpulo alguno utilizó los nombres de algunos escritores consagrados para presentar sus escritos. Jamás se detuvo en consideraciones éticas al momento de engañar y timar en su buena fe a lectores y editores.

Escribió muchos libros y ninguno, tuvo buena cantidad de nombres y ninguno. Para Coronado el acto de escribir no fue una forma de alcanzar la gloria o el éxito literario, fue sólo un medio para subsistir y sufragar sus gastos primarios. Nunca estuvo preocupado de la obra, ni de la inmortalidad, sólo estaba a contrarreloj para conseguir algunas monedas y “quitarle la telaraña a las muelas”, según sus propias palabras. A pesar de toda su trágica y precaria existencia Coronado no pierde el pulso para ser irónico y esto lo devuelve a nuestros días vivo y quijotesco. No sin razón el escritor peruano Fernando Iwassaki escribe: “Entre los impostores y falsarios de la literatura, el venezolano Rafael Bolívar Coronado (1884-1924) merece un lugar de privilegio al lado de George Psalmanzar y James MacPherson, aunque haciendo hincapié en que Bolívar Coronado escribió su obra apócrifa en el siglo XX y no para halagar su vanidad o conseguir más poder, sino para llegar a fin de mes”. Hay dos libros imprescindibles para conocer de cerca a Coronado: “El hombre que nació para el ruido” de Oldman Botello y “Un hombre con mas de seiscientos nombres” escrito por el historiador, ensayista, e increíble bibliófilo como lo es Rafael Ramón Castellanos.

La vida de Coronado estuvo en estrecha sintonía a la literatura y quizá esta otra singularidad le hace soluble en nuestra admiración a pesar de toda su irresponsabilidad intelectual, es un autor idóneo para la postmodernidad de intertextualidad e Internet debido a que no respetó los derechos de autor de otros escritores. Además despojó al quehacer literario de toda su pompa circunspecta, de todo ese boato de clasicismo formal. Coronado fue una personalidad artística, psicológicamente no del todo equilibrada, que invirtió sus mejores esfuerzos en ser un escritor a tiempo completo. Jamás dudó en ejercer otro oficio que no fuese el de la escritura.

De igual modo a Coronado puede que lo redima su humor. Se burló a placer de sí mismo y de todo un medio intelectual acartonado y con ínfulas de gloria, premios y plazoletas. Él bajó de su pedestal bostezante la profesión literaria y nunca estuvo interesado en ser un escritor de oficio con una obra elaborada a conciencia para adornar anaqueles. Estuvo preocupado por convertir la profesión de escritor con una audacia desgarrada y risueña. Ese sentido de anonimato que imprimió a su trabajo (oculta bajo el barniz de tantos nombres) dice mucho de un escritor cuya necesidad parece ser sacar a luz lo escrito. No quiso escribir para la gaveta, sino para los lectores en el ardiente día a día.

Sus inicios como escritor se remontan a su Villa de Cura natal en el Estado Aragua, en un semanario del que era socio. Se traslada a la capital y en Caracas con su don de ameno charlatán amplia el campo de sus amistades. De pronto se encuentra en la plana mayor de los adláteres al régimen gomecista. Anda en estas malas compañías hasta el año 1913. De regreso a Villa de Cura reflexiona y escribe sobre su peripecia como militar agregado. Vuelve a Caracas al año siguiente y se estrena la zarzuela, en un acto y tres cuadros, “Alma llanera”. La letra es de Coronado, la música de Pedro Elías Gutiérrez y sube a escena por la compañía de Matilde de Rueda.

La canción principal de la zarzuela es tarareada en todas partes. La suerte del Alma llanera estaba escrita; se convertirá con el tiempo en el segundo himno de Venezuela. Su autor tuvo sentimientos contradictorios con respecto a su obra y llegó a escribir: “De todos mis adefesios es la letra del Alma llanera del que más me arrepiento. En efecto. Es ésta mi página dolorosa, el hijo enclenque de mi espíritu, la cana al aire, la metida de pata”. Obtiene el premio en los primeros “Juegos Florales de Venezuela” con el cuento “El nido de azulejos”. Coronado a pesar de estos triunfos no está satisfecho. Realiza tramites y obtiene los beneficios del gobierno para viajar a España. En tierra española se convierte en un agente de perturbación política contra la dictadura de gomecista.

En Madrid sin oficio conocido y vigilado contacta al poeta Francisco Villaespesa. Con un legajo de cartas de recomendaciones y mentiras embauca al poeta y director de la revista “Cervantes”. Villaespesa para ayudarlo lo agrega a la plantilla de su revista como corrector. Aunque Coronado no sabe un ápice sobre la corrección de textos acepta el trabajo. La revista se edita y por supuesto las erratas son abundantes, sin mencionar el hecho que algunos escritos son de Coronado con el nombre de insignes escritores hispanoamericanos. Estalla el escándalo y se traslada a Madrid.

Otra vez sin dinero y con el apremio del hambre encuentra una oportunidad de oro para utilizar su ingenio cuando se entera que un compatriota suyo Rufino Blanco Fombona necesita manuscritos para inaugurar la “Editorial América” y una de cuya colecciones estará dedicada a la historia colonial.

Coronado se hace pasar por copista de unos manuscritos que reposan en la Biblioteca Nacional de Madrid. Entrega el material copiado y obtiene su paga lo cual le permitirá subvivir algunos meses. A la par de estos “trabajos literarios” de calderilla escribe artículos para distintos periódicos en los cuales denuncia el gobierno de mano dura de Gómez y no por capricho uno de estos textos lleva por título “Gomezuela”. En esos días convulsionados algún sabelotodo entrometido (que nunca falta) descubre graves fallas gramaticales en los textos de historia colonial. Buscan desesperados en la biblioteca los originales y descubren la estafa.

Rufino Blanco Fombona además de escritor y editor era un atrabiliario armado que no se andaba con sutilezas literarias a la hora de resolver conflictos. De seguro tenía una bala con el nombre de Coronado, pero no pudo encontrarlo. Entonces optó por publicarle un libro inédito: “Memorias de un semibárbaro”. Hacer publicar dichas memorias era un poco desenmascararlo y desacreditarlo en todo sentido.

Coronado sobrevive a duras penas con las colaboraciones a distintos diarios y empleando diferentes nombres hasta que se le ocurre la idea de las antología de poetas latinoamericanos. Algunos editores compraron varias de estas colecciones. Coronado las ensamblaba en cuestión de semanas y si le faltaban poetas o poemas los inventaba de manera inmisericorde.

Una de las situaciones más ilustrativa de este pícaro redomado involucra al poeta Andrés Eloy Blanco, quien con su libro “Canto a España” obtuvo un prestigioso premio en metálico. Antes de la llegada del poeta cumanés Coronado hace su tarea: escribe loas rimbombantes a la poesía y persona del poeta. Con paciencia premeditada guarda los recortes de prensa. Luego los remite, junto con su dirección, al hotel donde se aloja el poeta laureado. Pasan los días y no obtiene ninguna señal. Urgido de dinero le envía un telegrama urgente: “Andrés Eloy eres un Astro. Los Astros giran. Gírame algo”.

Si se puede esgrimir un alegato a su favor sería su proverbial destreza para elegir nombres y su extraño rigor para asumir el trabajo literario: a destajo y sin tiempo. Como alegatos en contra se podrían esgrimir la forma despiadada para atacar a sus adversarios y enemigos a través de su escritura. Su sentido amoral para usurpar los nombres de otros escritores y endosarles sin empacho sus propios escritos por el simple hecho de ganar algunos billetes. No obstante esta actitud pesetera nada tiene que envidiarle a muchos de sus contemporáneos quienes como prostitutas aceptaban embajadas o altos cargos en el gobierno. Por lo menos Coronado iba a sus aires y había mucha temeridad ingeniosa en sus timos.

Coronado escribió mucho y su obra es tan dispersa y caótica como su vida. Escribió de todo e incluso pergeñó una biografía de Lenin en un momento en que este personaje daba sus primeros pasos por la alfombra roja de la historia.

Rafael Bolívar Coronado estaba loco y su locura fue escribir en un tiempo en el cual los escritores estaban interesados en formar parte del decorado del poder como funcionarios o asesores. Con su vida ha escrito la página literaria más fantástica, estrafalaria y vigorosa de nuestro país. Arrojó por el desagüe de la trampa y el heterónimo el prestigio de ser escritor. Quizá dilapidó su talento literario tratando de convertir el hecho de escribir en una actividad perdida en el tumulto de lo común. Coronado como ningún otro descubrió que el escritor es sólo un ídolo con pies de barros y cuando la literatura se torna un eco insoportable de nadería ególatra pensemos en su peripecia intelectual, en sus trapacerías literarias y en su aventajado lirismo de tener la literatura como un medio y no como un fin en sí misma.

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2 Comentarios a “Rafael Bolívar Coronado: Trampa y literatura, por Carlos Yusti”

  1. Fragui dice:

    Saludos hermano, dónde consigo esos libros sobre Bolívar Coronado que me interesan

  2. CFC José Leonardo Chirino dice:

    Es un tema de mucha controversia, que a simple vista aun no tiene sustento o pruebas que denuncien lo ocurrido. Aproximadamente ha pasado un siglo y los mismo escritores implicados o plagiados no hicieron mayor eco de este «supuesto» suceso en la vida del escritor Rafael Bolívar Coronado. Por otra parte, la opinión con la que se descalifica al autor parece ser tomada de primera mano como si la persona que la emite la hubiese vivido en tiempo real. Cuidado con esto. El Historiador e incluso un periodista deben buscar pruebas fidedignas, documentos, registros y argumentos probatorios para dichas acusaciones, puesto que para condenarlo de «loco» haría falta estudiar el contenido de su obra literaria a fin de realizar un perfil psicológico del mismo. Cada personaje tiene sus aportes y desaciertos por lo que debe mostrarse siempre ambos lados de la moneda.

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