Te quiero nueve cuadras, de Adelis José Marquina
27/ 05/ 2013 | Categorías: Cuentos, Lo más recienteVerás, Ana Julia, tu cafecito te lo devuelvo en pucheros, en arruguitas de los ojos de cuando uno siente grima. Te devuelvo también la amabilidad y la displicencia hospitalaria de tu acolchada salita de recibir a los amigos que nos guareció y nos encubrió para que nos diéramos besitos y te pellizcara tu barriguita. Te lo devuelvo como que me dicen palanquita en el liceo, y te devuelvo ese disco que pusiste mientras sostenías el pelo lacio de tu cabeza de berenjena puntiaguda y casi redonda. Te devuelvo también las conservas de coco que me llevaste al liceo el otro día en que había juego de volivol y me las metí en el bolsillo para que el pendejo de Filippo no me las viera. Yo las escondí no por mezquino ni malavaina, sino porque no le aguanto esa vaina de que mastique con la boca abierta como si chupara hielo. Ese carajito tiene vainas de italianos del monte, de la Galia, de por allá donde nacieron Rómulo y Remo. Aunque tú sabes que él y yo somos iguales. No sólo para jugar maquinita y oír el juego de pelota, ni para echar vainas nomás cuando hay acto en el auditorio. Ese tipo y yo somos amigos de verdad porque hablamos de cosas que nos pasan igualitas, como eso de coincidir en que los curas tienen que tener mujeres o de que es mala gente el que le tiene arrechera a los negros porque son feos, y de muchas otras vainas que yo quisiera que tú supieras, que no me jodieras cuando te las empiezo, y me tiras un piconcito así como quien no quiere la cosa y se me olvida lo que te iba a decir y me quedo mirándote así cuando te pones medio artista, cuando te pareces a las que salen en revistas, machetísimas, así te pones, sosteniéndote el pelo cuando estás inclinada sobre el picó para poner tu disquito. Es una contradicción, como diría el delegado de cuarto año, que también es mi llave porque habla conmigo de política. Ese si es un negro buena vaina. Algunas veces me echa bromas porque tú eres muy bonita y yo soy doblao, dice él, y me está muy bien ese sobrenombre de palanquita, porque no es para mamarme gallo, es más, dice que sería un buen seudónimo si me decidiera a echarle pichón a lo de los ñángaras. Pero tú sabes que no le echo bola porque tenga culillo, sino que los ñángaras no creen en Dios, y a nosotros no nos conviene eso, aunque se puede discutir. Es del carajo hablar así contigo, sin que me oigas. Se me hacen más cortas las dieciocho cuadras que hay de tu casa a la mía. Aunque te debieras mudar más cerca, porque tú me gustas nada más que nueve cuadras de las dieciocho. Las otras nueve voy a tener que buscarlas en otra carajita. Aunque sea más fea, pero que me sepa hablar, que le guste leer novelas buenas, no de esas de Corin Tellado sino de Gallegos, de Carlos Fuentes, de Gorki, vainas buenas, que te enseñen a conocer mundos machetes como el de Hemingway, ese si que es un tronco de guaro, con las bolas bien acomodadas, casi como Fidel y el Ché Guevara, y Jesucristo. Me voy a buscar esas otras nueve cuadras porque es una pena que tú no andes en mi juego, que te rías como aquella vez que te dije que soñáramos y pensáramos que éramos dos carajitos como de nueve años y habláramos así y pensáramos así, y dijéramos como digo yo cuando estoy haciendo solo mi juego, que coño, por ejemplo, así: Juancito si juega perinola se los gana a todos, Toya dice, yo la oí cuando estaba haciendo caca y ella dice una palabra muy bonita de Juancito que un día me la dijo el señor que se echa los palos en el Castalia cuando estaba jugando con los carritos de los de a real echándolos a rodar por la bajadita que sirve para que suban los carros al garage, que a mi me gustó y creía que yo era grande porque ese señor siempre me lo decía cuando me veía otras veces como cuando voy a la escuela, entonces el señor anda con corbata y me dice la palabrita, me dice campeón, pero no campeón como el caballo ese de la televisión sino mejor, porque es saludándome en vez de decirme hola, otras veces me dice adiós vale, pero cuando me dice la palabrita es esa sóla, campeón. Y tú no puedes echarle bolas a un juego así como de intelectuales, como de pensadores griegos y demás vainas, pero es mejor así, no vaya a ser que cuando le cuentes una vaina de estas a tu amiga «la carita e´monja» luego diga por ahí que tu novio es pendejo, y entonces el gran peo por culpa de tu amiguita la santa. Es mejor así: que me des los besitos y las conservitas y pongas tus discos, nada más, y que a tu mamá le pique la nariz cuando me vea y me salude con esa altivez de hola joven, como le va, salúdeme a Josefina. Tu mamá qué cosa, no sé cómo verla, porque al fin y al cabo fue ella quien convenció a tu papá para que yo pudiera verte en tu casa. A él lo defino, pues nos hemos entendido no porque me haya presentado a sus amigos y les dijera con su risita de jodedor que yo era tu novio, que era un buen estudiante y un muchacho serio. No por eso. A parte de que en esa ocasión él andaba medio paliao. Digo que no nos hemos entendido y que lo puede definir por las conversaciones sobre cuestiones de importancia que hemos tocado unas tres veces. Me refiero a sus ideas, a su militancia, a sus puntos de vista sobre las profesiones. El no se empeña en que se tenga que estudiar esto o lo otro porque da real. El está claro en que hay que meterse por lo que a uno le gusta.
A veces no sé si le estoy hablando a alguien o soy yo el que habla y se oye, no sé hasta los movimientos que hago; o sea, que me di cuenta de un movimiento mecánico, en eso de espantarme un zancudo que ni se le ha ocurrido andar por ahí cerca de mi cabeza, pero lo que quiero espantarme es esa palabra compungido, que me la dijo Cheo cuando lo encontré en su sillita estudiando para la reparación, me la pegó, me la contagió, como la gripe; yo no estaba así, yo andaba como hasta hace rato, hablándole a Ana Julia, y entonces si me puse compungido, compungidocoñoemadre, asi de verdad, y siento un poco de plumas en los bolsillos y tengo que sacarme las manos y encender un cigarrillo y entrar en esta pocilga que se llama Danubio Azul y me tomo una cerveza, y soy mayor de edad hace veintitrés días y cargo nada más para tres cervezas, pero este jovencito se puso de gran señor a brindarle esta tarde una pasta a Ana Julia y él se toma un cafecito porque no le gustan los dulces, aunque ella sepa que es porque ando limpio de perinola y ahora todo el mundo cédula, todo el mundo cédula, tú también carajito, tan bueno pa´ la recluta, metete en la jaula, que yo soy estudiante, que yo soy mayor de edad, que me meto las manos al bolsillo y me pellizco de la arrechera, que yo no me enculillo por estar en la policia, pero vas preso, y te van a coger los malandros, y que me pongo a tirar coñazos, cuando me ponga de acuerdo con otro que está en mis condiciones y somos dos contra todos y la sirena de esta vaina si llevara heridos y un frenazo de golpe y nos tropezamos de la jaula, cabezazos, rodillazos y se quedan quietos o les quemo el culo a todos, carajo, y se están cayendo a carajazos como veinte frente al cine Bolívar y pasen para la otra jaula que está parada en la esquina, cuidadito con correr no joda, que ya me los conozco a todos por la cara, y no hay jaula y nos miramos y uno de bigotes dice vámonos para el carajo, y nos vamos en medio de este bochinche, planazos y mentadas de madre de los de brollo. Todavía me queda para una cerveza.
Yo sigo insistiendo en que te debieras mudar más cerca, para no tener que echarme esta caminada todas las noches, aunque no sea por lo lejos sino porque hasta se me olvida todo lo que te he dicho, todo lo que te digo en dieciocho cuadras que hoy han sido como treinta con lo de la recluta. Y que desde esta mesita del botiquín «La Luz de Lara» te pido disculpas Ana Julia, y quiero otra vez tu calorcito y tus besitos y tu disco y tus poses y tu olor a talco de salón de belleza, pero eres tan linda para ese cerebrito tan pobre.
Al salir de aquí, no voy a hablarle a nadie sin que me oiga, o sea, no voy a pensar en un carrizo, pues ya lo que queda es media cuadra.
Un día de éstos se van a dar cuenta en la casa que yo ando bebiendo por ahí.
Del libro: El habitante final (Fundarte, 1983)
Número de lecturas a este post 2711